domingo, 7 de enero de 2018

RE-CONOCIÉNDONOS [Rui x Reader][Seven Hotties All My Husbands]

Hace dos años comencé este fic, y hasta apenas vengo a terminarlo, jaja. De hecho ha sufrido una reestructuración, en su momento estaba contenta con la forma en la que se fue dando, pero al releerlo sentí que fue perdiendo un poco el rumbo y pues he terminado modificándolo bastantito, solo espero que para mejor y no para peor, jaja.
Sigue siendo mi primer xreader así que no sean demasiado rigurosos a la hora de criticarlo, además, ya estoy algo oxidada en esto de los fanfics, y en la escritura en general (>x<)

Y bueno, si es la primera vez que se topan con el fic pues les comento que nació de mi inmenso amor por Rui. Seven Hotties All My Husbands es de mis juegos menos favoritos, y sin embargo es uno a los que más tiempo y dinero le he invertido (el número uno es Cinderella), ¿por qué? ¡Pues por Rui! Jaja, él es quien me tiene atada a ese juego. Tan sólo miren mi colección de Ruiavatares, jiji.

Pero si son shotacon, no se emocionen demasiado, en mi fic Rui ya tiene 17 añucos. Adoro a Rui masivamente así con sus 11 añitos, pero el shotacon no es lo mío, por eso decidí manejarlo de ese modo. Y saben, fue un poco curioso (para mí al menos), porque según yo hice mi dibujo macuarro de Rui adolescente y toda la cosa y un día mis pensamientos obsesivos llegaron hasta los desarrolladores e hicieron un evento en el cual incluyeron a Rui versión adolescente, ¡casi muero! Jajaja, no les miento si les digo que me puse a gritar como loca xD


Este es el Rui adolescente oficial. ¡Está hermoso, ¿apoco no?!
Ahora que lo pienso, estaría muy guay si hicieran una CG con el Rui adolescente.
Me emociona pensar qué harán este año para su cumpleaños, sé que mi bolsillo sufrirá las consecuencias pero es que les aseguro que todas sus CGs así como sus escenarios ¡han valido cada centavo!

Y ya suficiente fangirleo. Se quedan con el fic ¡y ojalá les guste!

PD: Alguien recientemente me dejó un comentario en la versión antigua del fic, lamento no haber contestado pero es que igual iba a borrar la entrada, ¡espero esta nueva versión te guste tanto o más que la anterior! ^^


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PARTE I
Es un día como cualquier otro, vas recorriendo la avenida camino a ver a un cliente. No llevas buen semblante; es tu sexta reunión con él y no te sientes ni un paso más cerca de que accedan a entablar un contrato con tu empresa. Si fallas en conseguir éste proyecto será un gran retroceso en tu carrera. Inmersa en tus pensamientos pasas de largo a todo aquél a tu alrededor, no tienes tiempo ni ganas de verles las caras a un montón de extraños. Alguien te toma del brazo, pausando momentáneamente tus cavilaciones al igual que tus pasos. La presión de su mano en tu antebrazo es firme, lo cual te impide quitártela de encima y continuar tu camino; tienes que enfrentar a la persona que te ha detenido a mitad de la calle. Suavizas tu adusta expresión en caso de que se trate de algún conocido, cosa harto probable, nadie en su sano juicio va por la calle cogiendo a extraños del brazo. Se trata de un chico mucho más alto que tú –por su uniforme sabes que cursa la preparatoria–, vibrantes ojos oscuros, cabello castaño y un poco desordenado. De no ser por la peculiar forma en que te llama probablemente no le habrías reconocido:

—¿Mamá?

—¿Rui? —preguntas impresionada. La última vez que lo viste apenas te llegaba a la frente.

Rápidamente te suelta del brazo como apenado por la confianza que se ha tomado. —Sabía que eras tú.

—¡Vaya, cómo has crecido! Casi no te reconozco —confiesas, aún sin poder creer lo mucho que cinco años le han transformado. Apenas si quedan rastros del niño de primaria que conociste. Al verlo te preguntas qué tanto habrás cambiado tú también, después de todo, el mirarte a diario en el espejo debe impedirte notar los pequeños cambios que se van acumulando al paso de los años.

—Tú no has cambiado nada —te dice, como si hubiera escuchado tus pensamientos.

Estás por contestarle que eso no puede ser cierto; definitivamente las ojeras se te han acentuado a consecuencia de desvelarte a menudo por trabajo, pero te abstienes de hacerlo al advertir a un grupo de jóvenes algunos metros más adelante usando el mismo uniforme, llamándolo y haciéndole señas para que los alcance. El pequeño Rui que conociste, solitario y adorable, se había convertido en un joven sociable y apuesto. No puedes evitar dibujar una sonrisa de satisfacción en tu rostro, te dan ganas de decirle que estás orgullosa de él. —Parece que tus amigos te esperan, y yo tengo una reunión con un cliente. Pero me ha dado gusto ver que te va bien.

Notas a Rui dubitativo e inclinas ligeramente la cabeza, como si al cambiar el ángulo desde el cual le observas adquirieras la capacidad de descifrar la expresión en su rostro.

—Mañana iré al bar de Gaia a las 6 —anuncia, encontrando sus ojos marrones con los tuyos—. Puedes venir si quieres. —Dicho esto se da la vuelta para ir con sus amigos. Te sonríes mientras ves su espalda alejarse. Eso era tan típico de Rui, como cuando todavía vivías en la residencia y evasivamente te pedía que jugaras con él.

Tan pronto lo ves integrarse a su grupo de compañeros tú también retomas tu camino. Muchas veces te planteaste la posibilidad de encontrarte en la calle con alguno de los habitantes de la mansión, siendo el mundo tan pequeño; no obstante, los días se sucedieron en meses y los meses en años, quizá el mundo no fuera tan pequeño después de todo. Hoy, pasados cinco años, finalmente el mundo se estrechó lo suficiente para ponerlos a Rui y a ti en la misma avenida.


Al día siguiente en la oficina, te encuentras a cinco segundos de un colapso nervioso. Tienes hecho un desastre tu escritorio; todo está revuelto y no encuentras los papeles que necesitas. Tus colegas se despiden de ti, ha sido un día muy largo. Miras el reloj y las manecillas marcan las 5 de la tarde. Continúas buscando frenéticamente el borrador del contrato con las correcciones para pasarlo en limpio y así tus clientes lo firmen mañana; te ha costado tanto conseguir el bendito proyecto que por un momento te diste por vencida asumiendo que no lo lograrías, sin embargo, la reunión de ayer fue mejor de lo que esperabas, y hoy al regresar del almuerzo recibiste la llamada decisiva. Los minutos continúan avanzando; ¡por fin lo encuentras! Son las 5:32. Te dejas caer en la silla. Éste proyecto es tu ascenso asegurado, ya puedes visualizarte en tu propia oficina con tu nombre en la puerta y una gran palmera en una esquina. Te giras feliz en tu silla, ¡la oficina propia es lo de menos! El jugoso aumento de sueldo es lo que de verdad te entusiasma. No ves la hora de salirte de ése apartamento infernal que tuviste que rentar después de que tu contrato en la residencia llegara a su fin… la residencia… la palabra se queda merodeando por tu mente. Algo tenías que hacer, pero ¿qué?... ¡¡Rui!! ¡Se te olvidó por completo! Dijo que estaría en el bar de Gaia a las 6 y ya son las ¡¡5:48!! A toda prisa colocas el contrato en un folder y lo metes en tu bolsa, ya transcribirás las correcciones más tarde en tu casa. Te hubiera gustado cambiarte de ropa, hacer algo con tu cabello, el cual llevas recogido en un chongo maltrecho, o al menos retocarte el maquillaje, pero no hay tiempo de nada, incluso si sales volada de la oficina no hay manera de que llegues a tiempo, de hecho, lo mejor será tomar un taxi.

Llegas al bar muuuy pasadas las 6, recorres ansiosa el lugar con la mirada, temes que se haya ido. Con un padre tan estricto como Soichiro no te sorprendería que Rui también lo fuera. Afortunadamente Rui sigue allí, sentado en una mesa del fondo con una bebida blanca entre sus manos y su antigua expresión de soledad. Suspiras aliviada y avanzas en su dirección. Notas cómo su expresión se ilumina cuando te ve acercarte, y tú, le sonríes en respuesta.

—Viniste.

—Lamento la tardanza —exclamas, apenada por hacerlo esperar. Rui se encoge de hombros, restándole importancia a tu terrible demora. Tomas asiento en la silla frente a él. El lugar luce idéntico a cuando entraste por primera vez, sigue siendo acogedor pero al mismo tiempo muy sobrio. Es el lugar perfecto para venir a tomar una copa después de trabajar, o simplemente para venir a disfrutar de una buena bebida con los amigos o la pareja. Analizándolo, Rui definitivamente no pertenece allí—. ¿No eres un poco joven para venir a éste lugar?

—Ya no tengo 11 años —replica él, frunciendo el ceño.

—Me doy cuenta —apuntas, sonriéndole con nostalgia. Habían pasado cinco años desde que dejaste la mansión, debía tener alrededor de 17 años, aunque con su ropa de calle bien podría pasar por universitario, sus rasgos nunca fueron particularmente infantiles—. Aun así, eres menor de edad.

Rui esboza una mueca ante tu observación y desvía la mirada. Tal vez cambiara físicamente, piensas para ti, pero en esencia no ha cambiado tanto, seguía teniendo ése aire de adorabilidad.

—Desearía que dejaras de verme como a un niño, [inserte nombre].

Tu corazón se detiene ante la súbita mención de tu nombre y la penetrante mirada que le acompaña.

—¿Te molesta que te llame por tu nombre? Todos en la residencia lo hacían —se excusa, temiendo haberte ofendido.

—No, no, para nada. Sería raro que continuaras llamándome “mamá” —respondes, riendo nerviosa—. Debió ser extraño tener que llamar “mamá” a una completa desconocida. De suerte que eras un niño bien portado y razonable, otro seguramente me hubiese hecho la vida imposible.

Rui permanece en silencio, con el ceño ligeramente fruncido. Esperas no haber dicho algo inapropiado o haber activado recuerdos desagradables. Durante el año que convivieron siempre se portó de lo más lindo contigo, y todos los demás decían que te había agarrado cariño, pero no sabes a ciencia cierta qué clase de imagen tuya se formó; obligado por las circunstancias a verte como su madre al mismo tiempo que veía cómo te iban rolando entre todos los habitantes de la mansión, debió ser confuso.

Gaia llega en el momento oportuno para romper el incómodo silencio surgido entre ustedes. De inmediato te reconoce y comienza a inquirir sobre tu vida en los últimos años, parece feliz de verte después de tanto tiempo, y aprovecha para reclamarte el no haberte pasado una sola vez por el bar, aunque fuera para saludar. A decir verdad, nunca se te cruzó por la cabeza visitar a Gaia, podías contar con los dedos de la mano las veces que hablaste con él, sin embargo, lo amigable que se porta contigo te hace arrepentirte de no haber ido.

—¿Por qué no mejor te sientas tú y yo les voy a preparar las bebidas? —les interrumpe Rui, claramente mosqueado.

Tanto Gaia como tú se quedan perplejos, tragándose sus siguientes palabras.

—Parece que el pequeño Rui está de mal humor hoy —apunta Gaia, retomando su actitud habitual, sin prestar la más mínima atención a la feroz mirada que éste le lanza—. Si te apetece, regresa otro día para charlar —continúa, dirigiéndose a ti—. ¿Qué te sirvo? Recuerdo que te gustaban las margaritas.

Decides ignorar por el momento su invitación a volver. Presientes que de lo contrario podría tensarse todavía más la ya tensa atmósfera. —Tráeme lo mismo que a Rui.

—No tienes que ser condescendiente. Toma lo que quieras, a diferencia de mí, tú sí eres mayor de edad.

No entiendes a qué viene a colación la edad ni qué ha puesto tan de malas a Rui. Es verdad que te dejaste llevar por la animada conversación de Gaia y lo descuidaste un poco, pero no consideras que fuera una falta tan grave. No lo estaban ignorando, simplemente él no se integró a la conversación. —Entonces tráeme un Martini. —Supones que de insistir en tomar lo mismo que Rui sólo conseguirías irritarlo más, lo mismo que si le siguieras la corriente a Gaia con la margarita.

—En vez de interrumpir tal vez debí marcharme sin más —masculla Rui con acritud una vez solos de nuevo.

Golpeando los dedos contra la mesa da la impresión de que se ha impacientado y quiere irse, de ser así debería irse y ya; también podría ser su manera de lidiar con su enfado. No hay forma de que sepas cuál de ambas es la suposición correcta, aunque te inclinas por la segunda.

—Oye, no digas eso. Vine aquí por ti —le dices, poniendo tu mano sobre la suya, impidiendo que sus dedos continúen golpeando la madera. Él, sorprendido por tu gesto, de inmediato retira su mano. Quieres darte en la frente con la palma; transportada al pasado, en el cual podías tomarle la mano para ayudarlo a conciliar el sueño en las noches en que después de ver una película de terror con Shizuki, o de recibir una clase de anatomía demasiado mórbida y explícita para un niño de su edad de parte de Tsubasa, iba a visitarte a tu cuarto en busca de ayuda para dormir, te tomaste una libertad que ya no te correspondía. No eras ni su madrastra, ni su amiga, eras tan solo una extraña que orbitó transitoriamente en su elipse familiar—. ¡Lo siento! No suelo invadir el espacio personal de los demás; no volverá a suceder.

Tan pronto pronuncias tu disculpa Rui niega con la cabeza, manteniendo la mirada abajo.

—Aquí tienes tu Martini, [inserte nombre]. —Gaia coloca cuidadosamente la copa sobre el portavasos personalizado que tú misma diseñaste. Al verlo ahora se te ocurren un sinfín de mejoras, pero en ése entonces quedaste muy complacida con el diseño, bien dicen que los años no pasan en vano. Le agradeces a Gaia y él, antes de girarse y volver a la barra, con un guiño te dice que está para servirte.

—La próxima vez vayamos a otro lugar.

Miras a Rui un tanto desconcertada; ¿próxima vez? No esperabas que Rui tuviese pensado verte de nuevo, considerando sus edades, no es como si tuviesen muchas cosas en común. Creíste que había hecho cita contigo en un arrebato de nostalgia.

Tras un breve silencio sólo se te ocurre preguntar por los que alguna vez fueron tus esposos de mentiras. Lo único que sabes de ellos es lo que ves en las noticias. El contrato terminó y continuaste con tu vida como si el año vivido no hubiese sido más que un sueño. Era el curso natural a seguir, ellos vivían en otro mundo; ¡Rui vivía en otro mundo! Ni siquiera estabas segura del porqué te encontrabas allí con él. ¿Por qué no se siguió de frente cuando te vio en la calle? Tú no lo habías visto, pudo fingir demencia y dejarte seguir en tu monótono y ordinario mundo. ¿Por qué razón cruzaría la barrera invisible que separaba sus realidades? Y tú, ¿por qué asististe? No te comprometiste a ir, se trató de una invitación abierta, si te apetecía podías ir, y si no no. Los hábitos son difíciles de erradicar; en el pasado una invitación abierta de Rui significaba un deber como madre.

—¿Cómo están todos en la residencia?

—Celis, Shizuki, Ayato y Tsubasa ya no viven allí. Ayato se casó hace un año; Tsubasa se fue a Alemania; y tanto Celis como Shizuki viven viajando por el mundo.

—¡Vaya! Supongo que se ha de sentir un poco vacía ahora que la mitad de los habitantes se han ido. —En más de una ocasión te perdiste en aquella inmensa casa de incontables habitaciones; en ése entonces ya te parecía demasiado grande para alojar únicamente a 10 personas, tú y Keita incluidos –Toya no contaba puesto que vivía en el anexo–, ahora que sólo habitaban 5 personas en ella debía transmitir una increíble sensación de soledad.

Rui comenzó a girar su vaso sobre sí mismo, sus dedos se movían elegantes y ágiles. —Desde hace cinco años que se siente vacía.

Bajas la mirada sintiendo una sombra de culpa por nunca haberle ido a visitar como le prometiste el día en que saliste de aquella casa. No fue una promesa vacía que planearas incumplir desde el momento en que abandonase tus labios, realmente tenías intenciones de irlo a ver ocasionalmente; Rui era muy maduro para su edad y era de hecho agradable ver películas con él o ir al parque de diversiones, no obstante, Soichiro te sugirió no hacerlo. Ahora que ya nada te obligaba a fungir de madre ficticia lo mejor sería romper toda relación con él. Consideraste protestar, pero no tenías derecho a hacerlo: Soichiro era su padre, tú no. —Yo también he echado de menos la vida en la residencia —contestas al fin.

—¿Cómo puedes decir eso? —pregunta Rui, con voz fría y cortante.

Alzas la vista en su dirección, sus ojos también transmiten frialdad. ¿Estaba acaso enojado?

—¿Cómo puedes echar de menos haber sido comprada por un año por ocho extraños?

Sus palabras se encajan en tu pecho como una afilada cuchilla. Con que esa era la imagen que Rui tenía de ti. En realidad no era de sorprender, después de todo, eso fue exactamente lo que sucedió: fuiste comprada, o tal vez fuera más correcto decir “alquilada” por ocho completos desconocidos. Bajo circunstancias normales jamás hubieses accedido a semejante propuesta, sin embargo, estabas arrinconada; era eso o sufrir las consecuencias. Tus padres habían pedido un préstamo para abrir un negocio, el cual fracasó, ignoraban que el prestamista al cual acudieron era integrante de la mafia. Desesperada, buscaste negociar con el prestamista, pero era muy tarde, la deuda había crecido demasiado con los elevados intereses, fuiste remitida directamente con el jefe de aquella organización: Soichiro. Te temblaban las piernas ante su intimidante presencia y su cruel expresión; hablaste con tanta elocuencia como tu nerviosismo te lo permitió, albergabas la esperanza de que les concediera una prórroga y así cesar las amenazas; trabajarías hasta el agotamiento, renunciarías a cuantas horas de sueño fuese necesario, consagrarías tu vida a la liquidación de esa deuda maldita. A mitad de tu intento de negociación, Soichiro preguntó tu estado civil, sin entender a qué venía su pregunta te quedaste callada en espera de que te elucidara sus motivos, cosa que no hizo, en cambio repitió la pregunta. Al enterarse de que eras soltera y sin hijos te ofreció una solución a tu problema.

—Lo lamento, no debí decir eso.

Puedes discernir con claridad el remordimiento en su disculpa.

—Está bien, no importa —le tranquilizas con una suave sonrisa, más forzada que honesta. Ignoras qué tan al tanto esté de la situación, ni siquiera sabes si está consciente de que su padre es abogado de día y mafioso de noche; intentar defenderte equivale a entrar en detalles, y de decir algo indebido Soichiro seguro te haría llorar lágrimas de sangre.

—No me trates como a ellos —reclama casi entre dientes.

Dudas si deberías preguntarle a qué se refiere, de verdad, lo único que quieres es cambiar de tema lo antes posible, mas, quedarte callada tampoco parece ser una buena opción. Te reprochas haber asistido. No recuerdas que Rui fuese tan difícil de tratar, si bien siempre tuvo un carácter fuerte, nunca fue volátil ni explosivo. Pero entonces, el Rui que recuerdas tenía 11 años, mientras que el Rui sentado frente a ti, 17.  Tratar con el adolescente en que se había convertido era análogo a caminar por un campo minado.

—No comprendo… —te arriesgas a decir.

—¡No estás en un contrato conmigo! —grita, golpeando la mesa con la palma de las manos, levantándose de su asiento. Das un pequeño brinco, sobresaltada por la súbita explosión; pisaste una mina—. ¡No tienes porqué ser complaciente! ¡Puedes decirme lo idiota que soy por hablarte así; por hacerte sentir mal; por juzgarte sin derecho!

Lo miras con ojos abiertos como platos. Puedes sentir las miradas de la gente a su alrededor. Estás tan sorprendida que tu cerebro es incapaz de formular palabra alguna. Además, podrías volar otra mina.

—Rui, no puedes alzar la voz aquí, estás perturbando a los clientes.

Gaia ha aparecido en un abrir y cerrar de ojos, al menos eso te ha parecido, el insospechado percance hizo que te olvidaras de parpadear. Jamás en la vida te hubieses imaginado que un chico de preparatoria te gritaría en medio de un bar.

Rui chasquea la lengua y toma la chaqueta puesta en el respaldo de su asiento. —Me largo. Sírvele lo que quiera y agrégalo a mi cuenta.

—¿Qué rayos fue eso? —susurras para ti después de ver la figura de Rui, con los hombros encogidos y las manos en los bolsillos, desaparecer tras de la puerta.

—Supongo que está en una edad difícil, no le des demasiada importancia. —Gaia seguía de pie, a un lado de tu mesa—. Deberías aprovechar que él invita y pedir una botella de mi más costoso vino.

—Por tentadora que suena la oferta, me temo que debo rechazarla. Mañana tengo una reunión a primera hora y todavía tengo que afinar detalles.

Te tomas el resto de tu Martini de un trago, recoges tu bolso del perchero y te preparas para irte. Posas tu mano sobre la puerta, lista para empujarla y salir del establecimiento, escuchas a Gaia invitándote a volver de nuevo desde la barra, retiras tu mano, giras en tus talones y con paso firme te diriges hacia él—. Pensándolo bien, ¿puedes ponerme esa botella para llevar?



PARTE II
Festejando la firma del contrato con el vino del bar de Gaia que trajeras a tu casa, tu mente naufraga hacia Rui, es gracias a él y su horrible carácter que estás festejando con una botella tan lujosa. Con ese temperamento jamás se conseguirá una novia, por muy guapo que esté. Das un trago a tu copa casi vacía y lo saboreas con placer; debiste pedir dos botellas en vez de una, después de la vergüenza que te hizo pasar dos botellas eran nada. Escuchas el timbre y te quedas inmóvil. Alguien llama a tu puerta. Si no haces ningún ruido no tendrás que abrir. El timbre vuelve a sonar, ésta vez por más tiempo. Giras los ojos en blanco: ¡pero qué ocurrencias! Dejas la copa en la mesita del rincón, junto a una bonita lámpara que Haruto te diera de cumpleaños, y, muy a tu pesar te pones de pie para ver quién es el inoportuno que te interrumpe en pleno festejo. Te asomas por la mirilla antes de abrir, ganas te dan de tallarte los ojos, comprobar que no estás alucinando. Una botella de vino no es suficiente para hacerte alucinar, sin embargo, no puedes creer lo que tus ojos ven. Quitas el seguro, descorres el pasador y abres la puerta. Tus ojos no te engañaban, allí está Rui, de pie frente a ti, vistiendo un pantalón oscuro, y un abrigo largo color caqui.

—Rui —pronuncias, intentando asimilar su presencia—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Has venido a gritarme un poco más? —le preguntas, sarcástica.

Puedes ver la mezcla de desconcierto y embarazo en su rostro.

—No. Yo, he venido a disculparme, pero si no es un buen momento volveré después.

—No seas tonto, ya estás aquí. —Abres completamente la puerta, dejándole el camino libre para que entre—. Pasa.

—Gracias.

Sientes un poco de pena al ver el lamentable estado de tu apartamento. No le has pasado la escoba en semanas, el plumero ni se diga. Y tú no estás más presentable, llevas puesto lo mismo con lo que fuiste a trabajar; una falda gris nada atractiva, apenas unos centímetros arriba de la rodilla, una blusa blanca de manga corta, medias negras.

—Siéntate, no te quedes allí parado. ¿Quieres algo de beber? Puedo prepararte un café. —Te cuesta pronunciar las palabras sin que la lengua se te trabe, tal vez debiste aceptar que volviera otro día. No estás borracha, pero sí un poco movida. Tu rostro se siente caliente, sin duda debes estar colorada.

—Agua está bien —responde, tomando asiento con timidez en el sofá individual.
Vas a la cocina y llenas un vaso con agua, también preparas una pequeña cubetita con hielos.

—Aquí tienes.

—Gracias. ¿Estás festejando algo? —pregunta, señalando con su barbilla la botella de vino en el piso.

—Conseguí un contrato muy bueno. Es sólo cuestión de tiempo para que me asciendan. —Tomas la copa casi vacía que dejaste, le das un pequeño sorbo.

—¿Por qué no estás festejando con tus compañeros?

Te sonríes, incómoda. Tu relación con tus compañeros de oficina es cordial, de hecho el día en que el contrato se firmó saliste con ellos a tomar un par de copas, te excusaste en cuanto comenzaron a hablar de temas personales, no tenías ni idea a qué se referían, de qué se reían, en realidad tampoco te interesaba, si te insistieron en que debían ir a festejar es porque ellos sólo buscaban un pretexto para salir a tomar. —No somos muy cercanos mis compañeros y yo. Prefiero celebrar sola.

Rui asiente con la cabeza para demostrar que te ha escuchado. El silencio se apodera de la habitación. Vacías tu copa, coges la botella del suelo y te sirves lo último que queda.

—Lamento haberte gritado el otro día.

—Me pones en un aprieto. —Sosteniendo tu copa del cuello, la meces en movimientos oscilatorios—. Si acepto tu disculpa corro el riesgo de que vuelvas a gritarme, pero si no la acepto me sentiré mala persona.

Rui ve a través de ti, tu tono de falsa aflicción no fue nada convincente. Se ha dado cuenta de que buscas fastidiarlo, lo intuyes por la cara de disgusto que has alcanzado a distinguir cuando le miraste de soslayo. —No sabía que disfrutabas haciendo sentir mal a las personas.

Quitas los ojos de tu copa; —sabes Rui —enuncias con seriedad—, no estaba siendo condescendiente contigo, ¿vale? Simplemente no me gusta jugar a la víctima que se ofende porque le dicen la verdad. Fui alquilada por un año, no me enorgullece, mas, no tuve opción.

—No tienes que darme explicaciones.

—No pensaba hacerlo.

Rui se sonríe con acritud. —¿Ni siquiera la única que sí me debes?

Fijas tus ojos en los suyos. Ése peculiar color marrón se ha hecho más profundo con el tiempo. Media botella más y te ahogarías en ellos. —Ni siquiera esa. Puedo ofrecerte una disculpa, si de algo te sirve.

—Sólo si de verdad lo sientes.

Rompes el contacto visual. Tu atención se desvía hacia el arco de sus cejas, ascendente, bien definido, sin un vello fuera de lugar. Quieres preguntarle si se depila las cejas; a pesar del alcohol en tu sistema comprendes que no es el momento, están tratando temas serios.

—Créeme que lo siento. Al principio no sabía cómo tratar contigo, nunca fui buena con los niños. Pero en verdad quería cumplir mi palabra, hasta extrañaba jugar contigo, siempre decías las cosas más interesantes. Y cuando veíamos películas de terror eras de lo más adorable.

—Ya, ya entendí —te interrumpe abochornado—. Acepto tu disculpa.

Te ríes suavemente. Habrá dejado de ser un pequeño, pero lo adorable le dura, y es que ése tenue rubor en sus mejillas no ha cambiado nada. Su piel sigue luciendo tan tersa como entonces, a diferencia de la tuya; te llevas los dedos a tu mejilla inconscientemente, en algunos años ni el maquillaje hará el truco.

—Espera —le dices. Te ha venido una idea a la mente. Vas por uno de tus bolsos y empiezas a hurgar entre la basura que coleccionas dentro. Sacas un par de boletos arrugados, con las orillas dobladas—. ¿Todavía te gustan los parques de diversiones? Te los regalo. Tómalos como parte de mi disculpa. Lleva a alguna chica linda contigo.

Rui los mira unos instantes, como si intentara deliberar en ese momento a quién llevar. Entonces te da uno de los pases. —¿Por qué me lo devuelves? —cuestionas extrañada.

—No te lo estoy devolviendo, te lo estoy dando. Dijiste que llevara a una chica linda conmigo.

Le miras estupefacta, no sabes si echarte a reír o qué. —Déjate de bromas.

—Lo digo en serio.

Un rictus se apodera de tu boca. ¿Eres tú o la situación de repente se tornó incómoda? —Si lo haces como parte de tu disculpa, no es necesario. Los boletos son MI disculpa.

Rui gira los ojos en blanco. —Quiero ir contigo, ¿por qué no lo entiendes? Si no quieres ir sólo dilo, no le des más vueltas.

Te rascas la cabeza, contrariada. —No es eso… —No es eso para nada. O tal vez un poco; no quieres ir porque temes que sea más incómodo que la presente situación. La forma en que Rui te ha invitado lo hace sonar como una cita. En otras circunstancias tal vez estarías entusiasmada, sin embargo, temes la reacción de Soichiro si se entera. Rui es su adoración, y tú por el contrario, eras considerada innecesaria, indeseable incluso, no se veta a alguien porque sí. Te muerdes el labio inferior, Rui luce impaciente esperando a que te expliques. Quisieras decirle que mejor invite a alguien más, que valoras tu vida. Pero hace tanto que no tienes una cita que tu sentido común se hace el que no sabe nada, y con tu juicio embrutecido por el vino comienzas a sentirte exageradamente tentada a ir, incluso si no es una verdadera cita. ¡Qué diablos! No pasará nada por una ida al parque de diversiones, hasta podría ser divertido—. Bien, el domingo al mediodía en la entrada del parque.


PARTE III
El sueño de cualquier chica de instituto permanecía de pie sobre la acera esperando a alguien, y ése alguien eras tú. Si no existiera la estratosférica posibilidad de que te creyeran su tía, si no su madre, considerarías incluso colgártele del brazo; en la actual situación lo único que lograrías sería ponerlos en vergüenza a ambos.

—¡Rui! —exclamas a pocos metros de distancia, con tu brazo derecho en el aire.

Él, en respuesta camina hacia ti. —No recordaba que fueras tan impuntual —apunta con adusta expresión.

—El autobús se ha retrasado, ¿qué podía hacer? —No mentías. Solías ser una persona muy impuntual, sin embargo, a raíz de las medidas disciplinarias de Soichiro, no te quedaron ganas de ser impuntual en lo que te restaba de vida. Con Rui tenías una mala racha, agradecías al cielo que no tuviera los malos hábitos de su padre, ojalá nunca los adoptara.

—Debiste decirme que pasara por ti en vez de citarme aquí.

—Mi casa no te queda de camino, no tenía caso.

—A Keita no le habría importado dar un pequeño rodeo.

¡Keita! Se te hiela la sangre al escuchar su nombre. Cómo pudiste pasar por alto ése detalle. Te sientes una tonta por pensar que no pasaría nada. Por supuesto que Rui pediría a Keita que lo llevara. Quizá sea el momento de comenzar a pensar en tu epitafio.

—¿Sabe que has quedado conmigo? —tanteas con temor. Tras un breve silencio tu atribulado corazón descansa. No ha mencionada nada de ti a Keita. Es un alivio, tu epitafio estaría muy vacío si fueras a morir ahora: “Aquí yace [inserte nombre]. Amada hija. 1986 - 2018”.

Con renovada paz mental exclamas: —¡Vamos adentro, pues! No vamos a quedarnos en la entrada el resto del día, ¿o sí?

Estar allí con él era un poco nostálgico. La última vez que estuviste en un parque de diversiones fue también con él. En aquél entonces era una ternurita pretendiendo indiferencia y madurez mientras tú le animabas a probar golosinas exóticas y a subirse a cuanta atracción pasaran. Incluso entraron a la casa de los espejos y a la mansión embrujada. Todavía recuerdas cómo estrujó fuerte tu mano cuando iban por un angosto pasillo sumido en absoluta oscuridad y feroces gruñidos comenzaron a escucharse en un macabro efecto envolvente. Su manecita se sentía helada; con un suave apretón le hiciste saber que estabas allí para él.

Con boleto en mano entran al parque. A pesar de ser temprano todavía, la mayoría de los juegos tienen cola; familias y parejas predominan en las largas filas. Deciden probar primero la montaña rusa, por si más tarde comen algo allí. Gritas tanto que la garganta te duele para cuando bajan del compartimento, no recordabas que las caídas se sintieran como si estuvieras a punto de morir; Rui aunque ha contenido la voz la mayor parte del trayecto, está pálido como un fantasma.

El tiempo entre atracciones transcurre forzado, con conversaciones intermitentes e intentos desesperados por masacrar los huecos. Tal vez sí debiste recurrir a las tarjetas de conversación; la noche anterior lo descartaste por ser un recurso demasiado ñoño.

—[inserte nombre], ¿estás aburrida?

—¡No, para nada! ¿Tú sí? —Sabes la respuesta: está aburrido. No han hecho más que caminar en silencio por un buen rato. La apatía con que mira los puestos te mata las ganas de recurrir a ellos.

—Estás muy callada, creí que te aburrías.

Es lógico que estés callada, ¿de qué vas a hablarle? ¿Trabajo? Incluso cuando vas al cine o prendes el televisor tú mente se enfoca únicamente en aquello que te puede ser de utilidad en tus diseños.

—Tú también estás muy callado —argumentas.

—Espero a que digas algo.

Respingas de inmediato. —¿Yo por qué? Tú di algo.

—Eres distinta a como te recuerdo.

—¿Estás decepcionado porque no soy la dulce madrastra que recordabas?

—No. Me alegra que no lo seas.

No entiendes muy bien lo que quiere decir, pero antes de poder indagar más te sugiere entrar a la casa de los espejos. Accedes un tanto desconcertada, solía evitarla a toda costa. En una ocasión en que Haruto insistió tanto que terminó por ceder, Rui permaneció de mal humor el resto del día.

Dentro de la casa, enfrentada con tu reflejo al lado de Rui, te sientes fuera de la realidad. Si Haruto estuviese parado a tu izquierda como aquella ocasión, nadie sería capaz de distinguir quién era la estrella pop; irreal e imponente, así luce Rui. Avanzan entre versiones de ustedes emergiendo por todos lados, algunas desfiguradas, otras como si fueran ustedes mismos en carne y hueso. Te toma de la mano pretextando el riesgo de perderse de vista entre sus innumerables reflejos. Su mano es cálida y cubre la tuya con facilidad; continúan recorriendo los engañosos pasillos hasta dar con la salida. Crees que Rui soltará tu mano una vez afuera, pero no lo hace. Sugieres ir al área de descanso, allí con cualquier pretexto podrás soltarte. Una figura familiar los saluda.

—¿[inserte nombre]? ¿Qué hacen tú y RuiRui juntos? —Su mirada de inmediato se instala en sus manos.

Quieres sacudirte a Rui, empujarlo y mandarlo hasta el otro lado del parque, y luego convencer a Haruto de que nunca vio a Rui, que todo fue producto de su imaginación, la insolación puede provocar alucinaciones.

—¿Eres el único que puede venir al parque de diversiones? —protesta en tono hostil el adolescente que te acompaña.

—Obvio no. Pero hace tanto que [inserte nombre] no pone un pie en la residencia que me extraña que sigan en contacto. —A Haruto no parece importarle el tono que Rui ha usado. No es de extrañar puesto que viven juntos, ya ha de estar habituado a sus arranques.

—Mejor te vas acostumbrando a vernos juntos —declara.

Presa del pánico haces uso de la única salida que se te ocurre. —Rui, ¿me traes algo de tomar? Iría yo pero estoy muy cansada y acalorada y se está tan fresco aquí que no me quiero mover.

Renuente suelta tu mano para ir por tu bebida.

Aprovechando su ausencia suplicas a Haruto que mantenga en secreto su encuentro. Con las palmas juntas frente a tu pecho le pides: —Por favor, no digas nada a Soichiro. No estoy lista para morir, todavía tengo sueños y esperanzas, aunque no lo parezca.

Con una de sus radiantes sonrisas de idol exclama: —¿No estás exagerando?

—Cuando veas mi foto en los noticieros anunciando mi desaparición no te parecerá que estoy exagerando.

—[inserte nombre], sé que Soichiro es intimidante, pero no te matará por tener una cita con RuiRui.

—¡¿Una cita?! —Sientes un sudor frío comenzando a recorrer tu cuerpo—. Oh Dios, esto cada vez se pone peor. Quieres que me torture antes de liquidarme, ¿verdad?

—Estás pálida —observa; su semblante ahora serio.

—¡¿Cómo no estarlo si me sentencias a una muerte dolorosa?! —Ganas no te faltan de tomarlo por el cuello de la camisa e intimidarlo, a ver si así te entiende. Pero podría armarse un gran escándalo si alguien lo reconociera y tomara una foto y se filtrara al internet. Ya no sería Soichiro el único que querría matarte.

—Está bien, no diré nada —confirma finalmente, cerrando un cierre imaginario a lo largo de sus labios con su índice y pulgar.

—Gracias.

—Hola. —Una chica con cabello rubio teñido, hermosa sonrisa, y figura de 10, se planta al lado de Haruto.

El rostro se le ilumina al alegre idol, de inmediato la sujeta por la cintura.

—[inserte nombre], te presento a mi princesa, Mei.

—¡Hacen una bellísima pareja! —exclamas. Tan bonita que te dan ganas de vomitar. Demasiada perfección junta para tus mortales ojos.

Rui llega con un par de bebidas, y, Haruto junto con su novia se despiden de ustedes.

—¿A dónde quieres ir ahora? —te pregunta antes de darle un trago a su soda.


Su –te niegas a llamarlo cita, sería condenarte a ti misma– excursión en el parque termina con una llamada de Keita; ya va en camino a recogerle. Prácticamente te esfumas del cuadro dejando un rastro de polvo por la carrera loca que emprendes, no quieres topártelo ni por equivocación. ¿Qué podría hacer una simple diseñadora contra un ninja entrenado?

Tu cuenta con Rui está saldada; ninguno se debe disculpas ya, no hay razón para volver a verse…



PARTE IV
Fuiste ilusa al creer que el pequeño y dulce Rui no había sido contaminado por las perniciosas influencias en aquella casa; ni siquiera te extrañas la tercera vez que te lo encuentras por “casualidad”. No hay duda: estás siendo acosada por tu ex-hijastro. Una risa nerviosa amenaza con escaparse de tus labios cuando te pide tu número de celular. ¿Para qué la farsa? Seguramente ya lo tiene desde cuándo. Por la noche recibes un mensaje: "¿Puedo verte de nuevo?". Completamente a solas sueltas la risa que contuviste por la tarde. Te encantaría saber qué está sucediendo. ¿Por qué la fijación contigo? Ignoras el mensaje, de cualquier modo terminarás topándotelo por “coincidencia”. Te envuelves en tus acolchadas sabanas y rezas para que Soichiro tenga piedad de ti.

A primera hora lo que te despierta no es tu alarma, sino una llamada.

—¿Por qué no respondiste el mensaje? —Su voz monotonal delata su inquietud. Desde pequeño solía disfrazar su intranquilidad de indiferencia.

—No tenía saldo. —Qué gran mentira, siempre tienes saldo por cualquier emergencia de trabajo.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué? —Esquivas el tema. No funcionará, lo único que lograrás será alterarlo, si acaso, pero vale la pena intentar.

—¿Puedo verte?

—¿No crees que es un poco raro salir tanto con alguien que casi te dobla la edad?

—No. No lo creo —niega con seguridad, olvidándose de su tono impasible.

—Bueno, yo sí. Sal con gente de tu edad, te hará bien, te ayudará a mejorar tu carácter. Debo colgar, se me hace tarde. —Cortas la llamada sin darle oportunidad de añadir nada. De inmediato tu celular vuelve a timbrar, y sintiendo cómo se te encoge el corazón desvías la llamada. Rui es un buen chico, y bajo diferentes circunstancias no te molestaría procurar su amistad, pero no puedes continuar tentando a tu suerte, si no velas por ti misma, ¿quién lo hará?


El sábado, después de algunos días sin recibir llamadas o mensajes de Rui, sales de la oficina, confiada, sin imaginarte ni por un microsegundo que podría estar allí, esperándote en la acera de enfrente. Finges no verlo, con la esperanza de que eso le desanime.

—[inserte nombre] —te llama al tiempo que cruza la avenida para ir tras de ti.

—¡Rui! —exclamas pretendiendo sorpresa—. ¿Qué haces aquí?

—Quería verte.

—Pues ya me estás viendo —le dices, medio en broma medio en serio.

—¿Me odias? —pregunta, mirándote directo a los ojos.

—¿Qué? No.

—Entonces ¿por qué me evades?

No sabes qué contestarle. Tal vez deberías ser sincera y decirle que su padre reprobaría su amistad. Estás a punto de pronunciarlo, pero terminas mordiéndote los labios. Su mirada expectante te roba la voz.

—Lo siento. No intentaba presionarte —se disculpa, notablemente apenado.

—No pasa nada —musitas al fin. El tráfico de la avenida los envuelve. Ambos se rehúyen la mirada. —Debo irme. —Te giras sobre tus talones para dirigirte a tu parada. Su voz te detiene a unos cuantos pasos de distancia.

—¿Al menos puedo llamarte?

Te muerdes el labio. Se te parte el corazón de tener que ser tan fría con él. Recuerdas su linda carita y su dulce sonrisa. Los años pasan y sus rasgos infantiles se desvanecen de su rostro junto con ellos. Aun así, todos los recuerdos que hicieron juntos, todo el cariño que le tomaste, siguen allí, intactos en tu corazón. Sientes el pecho oprimido, sabes que te arrepentirás de lo que estas por decir, pero tienes la sensación de que igual te arrepentirías de decir lo contrario: —Claro.




PARTE V
Despiertas. La cabeza te está matando. Tienes un regusto agrio en la boca, te pasas la lengua por los labios resecos e intentas recordar cómo llegaste a tu cama. La tarde anterior tu jefe te dijo que debido a la mala situación económica de la empresa se veían en la penosa necesidad de dejarte ir. No fuiste la única despedida ese día, ni la única que desocupó su cubículo hecha una furia. Llegaste a tu apartamento y dejaste caer la caja llena de los chunches que recogiste de tu escritorio. Tus emociones estaban revueltas, te sentías enojada, ¡cómo podían hacerte eso después de haber conseguido un proyecto importante y quizá un gran cliente recurrente! Triste, tu vida no tenía para cuándo mejorar, al contrario, justo acababa de empeorar. Frustrada, tus esfuerzos de años acababan de irse por el drenaje, tendrías que volver a empezar. Preocupada, si no encontrabas algo pronto, tus escasos ahorros se agotarían y no podrías ni cubrir la renta. Riendo para no llorar decidiste no mover ni un dedo para evitar el desastre, al contrario, tú también colaborarías. Tomaste tu bolso y dejaste tu apartamento con un portazo.
Entraste a un bar cualquiera, te sentaste en la barra y comenzaste a pedir shot tras shot sin importarte un comino que no estuvieras ni económica ni fisiológicamente en condiciones de hacerlo. Después de un rato ya no tienes idea de nada, todo se volvió un remolino oscuro y silente.


Con pesadez te levantas de la cama, no debiste tomar tanto, te duele todo el cuerpo y la cabeza te da vueltas. Si no tienes cuidado podrías perder el equilibrio. Sales de tu cuarto sobándote la cabeza y gimoteando por el dolor. Al mirar alrededor notas un bulto con forma humana en tu sillón. Te acercas para verle mejor, se trata de Rui, quien permanece profundamente dormido en una postura incómoda puesto que el sofá es demasiado pequeño para él.

—Qué diablos —susurras para ti. Es harto probable que él fuera quien te llevó hasta tu casa y te recostó sobre tu cama. Pero ¿cómo?

Dejas de lado la cuestión por el momento. Llenas un vaso con agua y le vacías un par de Alka-Seltzers, una vez bien disueltos te tomas de un trago la preparación y te metes a bañar. Rui ya te vio etilizada anoche, no quieres que te vea fermentada por la mañana. Te quedas bajo el chorro de agua humeante, sientes alivio como si el agua masajeara tu adolorido cuerpo. A tu edad una cruda parece el umbral hacia la muerte.

Sales del cuarto de baño envuelta en una toalla roja, retirando el exceso de agua del cabello con otra toalla más pequeña mientras caminas. El bulto extendido horizontalmente sobre el sillón está ahora en vertical. Con la cabeza agachada se talla los ojos con la parte inferior de la palma de la mano. Al escuchar el chillido de tus chanclas mojadas alza la vista hacia ti.

—Buenos días —le dices torpemente. Llevan semanas hablando a diario por teléfono, aun así, la presente situación es demasiado incómoda de sobrellevar.

—¿Cómo te sientes? —te pregunta sin saber muy bien hacia dónde mirar.

—He tenido mejores días. —Tras unos instantes de silencio anuncias que irás a vestirte y atraviesas la habitación rumbo a tu cuarto.


Te has puesto unos jeans y una sudadera ligera. Respiras profundo antes de salir de la recámara, todavía te duele la cabeza y la verdad preferirías volver a meterte entre las sábanas, pero Rui está allí esperando a que lo encares. Abres la puerta y lo primero que percibes es el aroma a café recién hecho. Te acercas hacia la cocina y le ves sirviendo dos tazas de humeante café.

—¿Quieres azúcar?

—No, negro está bien, gracias. —Tomas la taza con ambas manos, no quieres que note el ligero temblor que la resaca te ha regalado, y le das un breve sorbo teniendo cuidado de no quemarte.

—¿Qué recuerdas de ayer? —te pregunta finalmente.

—No mucho, sólo estar bebiendo en un bar —confiesas.

—No me sorprende. Estabas casi inconsciente para cuando llegué —acota con acritud.

—Lo lamento, debió ser muy vergonzoso…

—¡Eso no me importa! ¿¡Tienes idea de lo que pudo ocurrirte!? Ni siquiera podías caminar sin ayuda, ¡pudiste lastimarte o alguien pudo haberse aprovechado de tu condición! —te recrimina.

La severidad de su tono te sobrecoge, pero sabes que está en su derecho a reprenderte. Te imaginas los diversos escenarios en los cuales pudiste verte involucrada y te sientes como una tonta. Debiste pensar bien las cosas en vez de precipitarte a una mala decisión, suficiente tenías con ser una desempleada como para acarrearte más problemas.

—Lo siento. No volverá a pasar… —musitas en tu taza de café. Temes que la voz te falle si hablas más fuerte. Das un nuevo sorbo a tu café tratando de ocultar el rostro, no tienes cara ya para verlo.

—[inserte nombre], —te llama— mírame.

Niegas con la cabeza mientras colocas la taza sobre la barra de la cocina que los separa, tus manos parecen adheridas a la cerámica, cual si fueses a perder el balance si la soltaras.

—Por favor —insiste.

Alzas la mirada hacia él. Su cabello luce más alborotado que de costumbre, probablemente por haber dormido en el sofá. Por sobre las arañitas rojas en el blanco de sus ojos notas genuina preocupación en ellos. Rui cubre tus manos heladas y temblorosas con las suyas.

—No sé qué haría si algo te pasa, no quiero perderte de nuevo —asegura, sosteniéndote la mirada.

No sabes qué decir, tu mente se ha detenido. Casi puedes escuchar el crujido dentro de tu cabeza, la capa de cristal con la infantil figura del pequeño Rui impresa en ella a través de la cual continuabas viéndolo se ha roto. Por fin eres capaz de separar al joven determinado y asertivo que tienes frente a ti del niño dulce y solitario que dejaste atrás junto con la mansión. Tus labios se mueven, buscando las palabras por sí solos, sin emitir sonido. El estridente ruido de la chicharra les hace perder el contacto visual y sientes alejarse suavemente la calidez de sus manos.

—Iré a ver quién es —anuncias.

Miras por el ojillo de la puerta y reconoces inmediatamente a la persona allí parada.

—Señorita [inserte nombre]. He venido por el amo Rui —exclama con claridad desde el pasillo.

Keita sabe que están ambos allí, tu única opción es abrir la puerta, así que lo haces.

—Lamento molestarla, pero el amo Rui ya ha perdido el primer bloque de clases. Me temo que debe presentarse por lo menos al segundo —explica con serio semblante.

—Claro.

Apenas te das la vuelta te encuentras de frente a Rui. Obviamente escuchó todo, tu apartamento es tan pequeño que incluso desde la recámara hubiese podido escuchar.

—No pasará nada por faltar un día —le riñe a Keita.

—No es mi intención importunarle amo Rui, pero mis órdenes son asegurarme de que asista a diario al colegio a menos que una enfermedad o una situación de absoluta gravedad se lo impida —enuncia.

—Keita tiene razón, deberías ir con él, ya has hecho suficiente por mí —intervienes. A pesar de que parece un intercambio cortés, puedes sentir la tensión en el ambiente.

—¿Estás segura que estarás bien? —te pregunta Rui.

—Sí, estaré bien. Anda, ve a  tus clases. —Esbozas una sonrisa para que no vea a través de tu mentira. No hay manera de vayas a estar bien sabiendo que Soichiro va a enterarse de que su precioso hijo ha pasado la noche en tu casa e incluso ha faltado al colegio por tu culpa.

Les miras alejarse por el angosto pasillo. Antes de desaparecer en las escaleras Rui voltea en tu dirección y te observa por unos instantes. Le despides con un gesto de tu mano y él reanuda su camino.


Para tu sorpresa nada ha ocurrido con el transcurso de los días. No sabes si Keita no le dijo nada a Soichiro o si a este no le importó. Como haya sido, te sientes aliviada. Rui continúa llamándote a diario igual que hacía antes del incidente en el bar, sin embargo, algo se siente distinto, de algún modo parecen más cercanos. Su voz se ha vuelto tu paliativo después de un arduo día de fracaso. Has sido llamada a entrevistas pero ninguna ha dado frutos. Durante la llamada de esta noche te ha sugerido verse en persona. Has dudado en un principio, no quieres forzar tu suerte, pero has terminado cediendo. Lo cierto es que tú también quieres verle. Te vas a la cama pensando en lo que usarás mañana, te gustaría restituir tu imagen, la última vez te vio echa un desastre.


PARTE VI
Has optado por un vestido discreto a media rodilla, un bolso pequeño a juego con tus zapatos bajos, y un suéter ligero por si refresca la tarde. No has hecho gran cosa con tu cabello, solo le has dado forma con un poco de crema. Tu maquillaje también es bastante natural, te has delineado los ojos, te has aplicado mascara para las pestañas, y un toque de brillo en los labios. Rui ha insistido en ir por ti. Afortunadamente no es Keita quien va al volante, ha decidido optar por un servicio de taxis. El tráfico está fluido y llegan en menos de 20 minutos al cine, con tiempo suficiente para comprar los boletos y charlar otro rato.
A media película Rui te llama, no es una escena muy importante así que te giras hacia él. Su rostro está tan cerca que su siguiente movimiento te toma desprevenida. Para cuando reaccionas es muy tarde, sus labios ya están sobre los tuyos. Te echas hacia atrás por reflejo, mirándole con ojos desorbitados: ¿¡qué demonios acaba de pasar!? Las bocinas de la sala retumban con un fuerte estruendo haciéndote brincar sobre tu asiento. Confusa aún, regresas la vista a la pantalla. Rui te ha besado. Incapaz de concentrarte en el resto de la película, orbitan alrededor de tu mente distintas posibles explicaciones. Ninguna te satisface. Todas te saben a locura. Los créditos dan inicio, las luces se encienden, la gente comienza a dejar la sala; tú, estás hecha de hierro, eres una con el asiento.

—¿Por qué me besaste? —inquieres sin desviar los ojos de la pantalla.

—¿Todavía no lo entiendes?

—¿Qué cosa?

—Estoy enamorado de ti.

Tu cuello se gira por tiempos, cual si te hubiesen dado cuerda después de mucho tiempo y la maquinaria se hubiera endurecido. Hay determinación en su mirar. Sabes de inmediato que no está jugando. Niegas con la cabeza, enmudecida. Te levantas, te acomodas la correa de tu bolso en el hombro preparándote para irte. Rui te toma de la muñeca poniéndose de pie también, su mano, generalmente cálida, se siente helada y ligeramente húmeda.

—He estado enamorado de ti por años.

—Vayamos afuera —le propones. Todavía hay gente en sus butacas, no es el lugar ni el momento para tener esa conversación.

Al salir del cine tomas el camino menos transitado, el que va por una serie de privadas y callejones. Tu mente va a mil por hora, no sabes qué hacer con lo que Rui acaba de decirte. Vas caminando tan rápido que pareciera que estás a punto de echarte a correr.

—¿Por qué reaccionas así? —cuestiona, expulsándote de tu ensimismamiento.

Te detienes en seco.

—¿Por qué? ¿En serio me preguntas por qué? —le recriminas—. ¿No te das cuenta de que eso que me dijiste no está bien? Eres menor de edad, ¡y también está tu padre!

—¿Qué tiene que ver mi padre en esto? —rebate.

—¡Todo! ¿Crees que le dará su bendición a una mujer que se alquiló a ocho extraños? —exclamas.

—No me importa si no está de acuerdo. Te quiero, y no voy a renunciar a ti sólo porque él lo diga.

—¡Para ti es muy fácil! —gritas, dejándole desconcertado de momento. A él Soichiro no le hará nada, a ti seguro que sí—. Será mejor no vernos ni hablarnos más —declaras con firmeza y te alejas a paso rápido. Temes que intente seguirte, mas, no lo hace. Mientras un peso se te quita de encima otro se te instala en el pecho.


PARTE VII
Han pasado dos semanas desde que dejaste solo a Rui en una calle desierta. No te ha marcado ni te ha mandado mensajes. Aunque fuiste tú quien así lo dispuso, su ausencia total te hace sentir terriblemente sola. El cansancio de los días no se desvanece tras dormir, se acumula. Subes las escaleras de tu edificio arrastrando los pies, la entrevista de hoy también fue una total pérdida de tiempo y esfuerzo. Quieres llegar pronto a tu casa y tirarte, si no alcanzas a llegar a la cama, el sofá, o incluso el suelo te sería suficiente. Cuando das la vuelta para adentrarte en el pasillo que lleva a tu apartamento vislumbras un bulto a la altura de tu puerta. Es evidente de quién se trata. Respiras profundo y te preparas para mandarlo de vuelta a su casa. El creciente sonido de tus pasos le alerta sobre tu presencia y se incorpora.

—Rui, no deberías estar aquí —le dices con tono cansado.

—No pienso irme hasta haber hablado contigo —te advierte anticipándose a cualquier cosa que pudieras decirle.

Le miras en silencio unos instantes. No entiendes por qué un sueño adolescente como él se aferra tanto a ti, una treintañera promedio. Abres la puerta y le indicas que entre, no deseas que los vecinos se enteren de su situación. Una vez adentro te descalzas y arrojas tu bolso al sofá. Te quedas de pie esperando que eso le inste a irse pronto.

—¿Y bien? Soy toda oídos.

—Te extraño —confiesa con entereza—. Intenté no verte ni hablarte pero ya no puedo más, te extraño demasiado. —El corazón te da un vuelco al escuchar sus palabras, como si hubiese estado anhelándolas—. ¿Tú no me extrañas ni siquiera un poco?

Frunces los labios y agachas el rostro, no quieres mentirle. Resuelta alzas la vista hacia él y evades la pregunta: —creo que deberías irte.

—¡No! Contéstame. Tú también me extrañas, ¿no es así? —persiste, recortando la distancia entre ustedes—. [inserte nombre] —pronuncia implorante, procurándole una gentil caricia a tu cabello—, dime que no sientes nada por mí y prometo que te dejaré en paz.

La forma en que te miran sus ojos marrones es insoportable, te incitan a renunciar a tu escasa voluntad de alejarlo.

—Eres muy injusto —le dices con apenas un hilo de voz.

Te alzas de puntitas, incapaz de contenerte ya, posas tu mano en su nuca y le jalas hacia ti para besarle.  Él rodea tu cintura con su brazo en respuesta. Sin darte cuenta has posado tu otra mano sobre su pecho, su corazón late tan fuerte que pareciera que trata de escapársele, salir disparado a quién sabe dónde. Separa sus tersos labios para succionar suavemente tu labio inferior. Entierras tu mano en su cabellera y presionas tu cuerpo contra el suyo. Con su mano libre acaricia vaporosamente tu espalda. El juego entre sus labios se ralentiza hasta que el beso llega a su fin. Alzas los parpados y ves a Rui aún con los ojos cerrados, inmerso en un instante eterno. Cuando sus párpados se alzan te encuentras con la más bonita mirada. Le acaricias la mejilla con la mano que antes reposaba sobre su pecho.

—Te quiero tanto —susurra, girando su rostro para besar tu palma.



PARTE VIII
Tu situación laboral no ha mejorado, tu finiquito está por agotarse y tendrás que echar mano a tu cuenta bancaria. Si no fuera por el chico que viene a verte a diario, regalándote arrumacos y arrancándote sonrisas, no tendrías un motivo para salir de tu cama en los días en que no tienes agendada alguna entrevista. Te levanta el ánimo escuchar el timbre sonando por la tarde, abrir la puerta y verle allí, con su aire desinteresado. A veces mientras miran una película dejas la pantalla de lado y te dedicas a contemplarle hasta incomodarlo, te divierte verle perder la compostura. 
Gracias a Rui tus días son más llevaderos. Con todo, hay una sombra que él no puede disipar, es más, él mismo es quien inadvertido la proyecta: Soichiro. Procuras no pensar en ello, vivir tu vida como si tu novio no fuese el hijo de don mafioso. En ocasiones no te funciona y tienes miedo hasta de tu sombra.

Hoy tuviste una entrevista, no estimaste malas las condiciones de trabajo, a comparación de las otras “empresas” que te han contactado, y en tu opinión la entrevistadora demostró interés en ti. Quizá por fin el universo se acomoda a tu favor. Encajas la llave en la cerradura, la giras y abres la puerta. El universo te odia. La peor visión posible se presenta ante tus ojos.

—Entra, estás en tu casa —te dice Soichiro sentado en tu sala con los brazos extendidos en el respaldo del sofá y las piernas cruzadas, estableciendo su poderío.

De inmediato sientes un sudor frío recorrer tu cuerpo. Por un segundo contemplas echarte a correr, lo descartas enseguida, Keita debe estar oculto en algún recoveco, listo para capturarte. Cierras la puerta tras de ti. Tus piernas pierden la fuerza, avanzar por el piso de tu apartamento de pronto se siente como si estuvieses avanzando por un desierto hundida hasta la cintura en la arena. Te sientas en el sofá individual con las manos sobre tus rodillas y la mirada fija en las losas, más específicamente, en una mancha de café de esta mañana. Un nudo se forma en tu garganta.

—Creí haberte sugerido no volver a tener contacto con Rui.

—No ha sido a propósito. Nos reencontramos por casualidad un día en la calle. —Te limitas a narrar los hechos, temes derrumbarte si entras en detalles.

—Me parece razonable. Vivimos en la misma ciudad, después de todo.

Su tono, compuesto y distante, como si estuviese escuchando la versión de un cliente cuya culpabilidad es innegable, te intimida más que si te acusara a viva voz.

—Lo que no me puedo explicar —continúa—, es cómo pasaron de encontrarse por casualidad en la calle a tener un romance. Ilumíname.

—Nos vimos unas cuantas veces más, y luego continuamos hablando por teléfono —contestas con dificultad. Tu voz se enronquece conforme el nudo en tu garganta se agranda.

—Prosigue.

Los ojos te queman, lágrimas amenazan con formarse. —Una cosa llevó a la otra. No lo sé.

—¿Quieres hacerme creer que sedujiste a mi hijo por accidente? No es que tus habilidades de seducción sean destacables, pero Rui es joven y los jóvenes son impresionables.

—¿Qué? —preguntas desconcertada, tu voz lucha por salir. Por primera vez desde que comenzó el interrogatorio has volteado a verle.

—Ya una vez te alquilaste para salir de tus problemas económicos. Según mis informes has vivido en esta pocilga los últimos cinco años y hace algunas semanas perdiste tu única fuente de ingreso. Si crees que Rui te salvará de la miseria, te equivocas —sentencia con crueldad.

—No. —Hacía mucho que no te sentías tan herida y humillada. Te aferras a lo poco o mucho que te queda de dignidad, y con voz áspera sostienes: —Jamás le haría eso a Rui. Yo lo quiero.

—¿Tienes idea de lo ridícula que suenas? Tienes 32 años, Rui 17.

—Supongo que soy una ridícula entonces —declaras fingiendo seguridad. Desconoces qué tan convincente suenas, la realidad es que no crees poder contener las lágrimas por mucho tiempo más. Lo único que te detiene de desmoronarte ante Soichiro es Rui.

Una sonrisa despectiva curva los delgados labios de Soichiro. —Podría conseguir que te procesen por estupro, o podría dejar las formalidades de lado y mandar a mis hombres para que te den una lección.

Tragas saliva con dificultad, aquí vienen tus últimos momentos de vida. Te hubiese gustado disfrutar más a Rui, ir a tantos lugares con él, vivir tantas cosas juntos, dejarte arrullar por los latidos de su corazón y despertar al calor de su cuerpo enredado con el tuyo.

Luego de observar entretenido tu agonía, decide poner fin al asfixiante silencio. —Tranquilízate —te dice, la sonrisa despectiva bailando aún en sus labios—, no haré nada de eso. ¿Sabes por qué?

Niegas débilmente con la cabeza insegura de qué esperar ahora.

—Por la misma razón por la que ahora me tienes frente ti: Rui. Contrario a las apariencias no soy un ogro sin sentimientos. Rui te ha cogido cariño, y mi prioridad es y será siempre verlo feliz. ¿Comprendes lo que te sucederá si lo llegas a lastimar?

Asientes fuerte con la cabeza.  El alma te ha regresado al cuerpo. Tu tiempo de vida ha sido extendido. Una lágrima se te escapa por el rabillo del ojo.

Soichiro te observa fijamente en silencio, después de unos instantes suelta un hondo suspiro. —Honestamente no sé qué ve en ti. —Relajando su postura, añade—: necesitas mudarte a la brevedad. Estás en el territorio de un grupo con el que actualmente hay fricciones, si se enteraran que Rui viene aquí con frecuencia representaría un problema. Más tarde te haré llegar una lista de vecindarios a evitar. Está por demás decir que no debes elucidar el motivo de tu mudanza a Rui. De igual forma él no debe saber de nuestra reunión el día de hoy. Dejarás pasar un par de semanas después de mudarte, le dirás que organice una reunión formal conmigo, iremos a cenar a un restaurante, tendremos una conversación cordial y a partir de ese día podrás visitarle en la mansión y pondrán disponer de Keita para sus actividades. —Dicho esto Soichiro se pone de pie.

Tú también te levantas por inercia y le observas dirigirse hacia la puerta.

—Una cosa más —pronuncia sin girarse por completo hacia ti—, cuento con que la próxima vez que nos veamos tengas un empleo, no querrás avergonzar a Rui cuando pregunte por tu ocupación. —Sin decir más abre la puerta y desaparece detrás de ella.


Tu cuerpo todo comienza a temblar y tus piernas ceden ante tu peso. Lágrimas se derraman sobre tus mejillas, y tú las dejas correr. Sin darte cuenta has comenzado a reír, cualquiera que te viera te creería una desquiciada. Minutos después, sintiéndote mucho más ligera te incorporas, no tarda en llegar Rui y no puede verte en ese estado tan lamentable. Te cambias de ropa, te pones algo lindo para él, para ti; superaste uno de tus mayores temores, probablemente lucías patética a los ojos de Soichiro, como un ratoncillo amedrentado, y todavía tienes que solucionar lo del cambio de casa y lo de encontrar empleo, pero sólo por hoy nada de eso importa, ¡eres libre de querer a Rui tanto como tu corazón te dicte!
Te lavas la cara para quitarte cualquier remanente del llanto, te maquillas, te peinas el cabello con los dedos aún temblorosos y sonríes a tu reflejo. No hay forma de que Rui no note que has llorado así que piensas en una excusa que darle y la ensayas para que no descubra la mentira. Tu ensayo se ve interrumpido por el sonido del timbre. Rui está aquí. Corres hacia la puerta, nerviosa como si se tratara de una primera cita, y le recibes con una gran sonrisa seguida de un beso breve pero intenso; su cálido aliento y el saborcillo dulce de su lengua son tu elixir. La ardiente mirada de sus ojos marrón y su tierna sonrisa te infunden de valor para lo que está por venir. Tu aterradora reunión con Soichiro fue un obstáculo de muchos que tendrán que enfrentar. Desconoces si podrán superarlos o si ellos les superarán a ustedes. Con todo, algo dentro de ti te dice que en tanto se tengan el uno al otro encontrarán la fortaleza para vencerlos. Envueltos en el manto de la incertidumbre entrelazan sus dedos y encaran un momento a la vez, disfrutando al máximo cada cachito de felicidad que la vida les regala.

~FIN~

2 comentarios:

  1. me encantó 😍😍, la historia está buenísima gran trabajo 👍💗💗💗

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    1. Ay, ¡¡mil gracias!! │*´∩ω・`│
      ¡¡Me has hecho muy feliz con tu comentario!! ❤

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