Una vez más repito, no es necesario leer todo el fic de Secreto en los Vestidores, los capítulos están manejados por parejas, así que si leen este sin haber leído los demás de todos modos le van a entender jiji
Pues éste es el onceavo capítulo y toca el turno de Viktor y Charlie. Sí, Viktor del manga de Amour Sucré y Charlie del episodio de Pascua 2012 :D A decir verdad no sé gran cosa de ambos pero se supone que Viktor es amigo de la infancia de la Sucrette, le gusta viajar, tiene una moto y al parecer su padre es empresario. Y de Charlie, ps sólo sé que es un chocolatero, jiji.
Les dejo sus imágenes:
Charlie (no tiene orejas porque en mi fic es un humano común y corriente xP) |
Viktor |
¡Bueno ps ya las dejo con el capítulo!
Disclaimer: Los personajes utilizados en esta historia no son de mi propiedad, pertenecen enteramente a su creadora ChiNoMiko.
*****************************************************************
Aquí
vamos de nuevo, ¿cuántas veces tendré que repetirle que aquí de entre todos los
lugares no es posible hacer eso? ¿Cuántas veces he de repetirle que no debe
acercarse a mí dentro del instituto? Que sólo debe hablarme cuando sea
absolutamente necesario, ante la menor sospecha podría perder mi empleo, ¡qué
digo mi empleo! Podría perder la licencia de enseñanza si esto llegara a oídos de la directora. Pero claro, ¡qué le
va a importar a él!: es sólo un chiquillo jugando a ser adulto, y yo, yo soy un
adulto jugando a ser chiquillo. ¿Qué podría ser más deleznable que un profesor
dejándose seducir por su alumno?
Heme
aquí, escondido en los vestidores, arrinconado contra la pared, apresado por
sus brazos que se interponen a mi escape, aunque bien podría empujarlo y salir
de allí sin problema alguno. Tomar el control de ése pelinegro que un buen día
llegó al club de repostería sorprendiéndonos a todos. Su apariencia
sencillamente no iba con aquella de alguien interesado en aprender repostería,
iba más bien con aquella de alguien que tiene miras a ser un sofisticado hombre
de negocios.
—Viktor, sabes bien que
no debemos hacerlo aquí —susurro suplicante, ¿para que desista o para incitarlo
más? Ni yo mismo lo sé.
—Vamos, no sería la
primera vez —Es cierto, no sería la primera vez y seguramente tampoco la
última. Podía leerlo en sus ojos avellanados. Le gustaba tomar el instituto
como nuestro nido de amor, ¿acaso se había propuesto hacer que me despidieran?
Yo, con mis diez años más de experiencia en el vivir me estaba dejando dominar
por él.
Llegó
durante el bloque de chocolatería, todavía recuerdo cómo al hacérsele trocadura
su chocolate, gran parte de las alumnas se ofrecieron a compartirle del suyo e
incluso a ayudarle en las siguientes clases. Pero fue a mí a quien buscó para
ayudarle después de continuos intentos fallidos.
—En
Japón el 14 de febrero se le dan chocolates a la persona que te gusta, durante
mi tiempo allí le tomé afecto a esa costumbre. Pero temo que mis chocolates
puedan astillarle un diente —me fue imposible no reír. Éste chico, habiendo
viajado constantemente por diversos continentes y aprendido varios idiomas en
el proceso era absolutamente incapaz de crear algo comestible. Ello sólo era
natural, simplemente al verlo daba la impresión de ser el tipo de persona que
en su vida pondría un pie en la cocina y mucho menos para preparar chocolates
caseros, es más, en ocasiones así uno asumiría sin temor a errar que iría a
alguna reconocida repostería y compraría los chocolates más caros quitándose
del problema. Y sin embargo, allí estaba él usando un delantal y preocupado por
preparar una golosina comestible.
Pusimos
manos a la obra, ¿o debería decir que él puso manos a la obra? Pese a que quise
ayudarlo con el procedimiento se negó rotundamente a que participara en algo
más que en darle instrucciones y supervisarlo. Derritió el chocolate, lo
revolvió y lo puso al fuego de nuevo, debía tomar la consistencia perfecta.
Según me dijo la persona que le gustaba no era cualquier persona, tenía un
gusto exigente en repostería y quería un chocolate que estuviera a su altura,
sugerí uno que por fuera llevara chocolate macizo semiamargo y por dentro
chocolate líquido, así lo primero que su lengua saborearía sería el delicioso
amargor de la capa exterior disolviéndose en ella, luego su boca se vería
embargada del espléndido dulzor que se esparciría con delicadeza intrusiva por
su paladar. Verlo poner tanto esmero era reconfortante, son pocos los chicos de
su edad que se interesan tanto en éste tipo de arte, porque sí, la cocina y más
la repostería, es un arte. Un solo gramo de más o un grado de menos en la
temperatura podría cambiar el sabor, la consistencia o la presentación del
postre considerablemente y arruinar el esfuerzo de horas. Mientras lo observaba
con detenimiento pude discernir cuál era su error: no tenía paciencia. Sus
manos se movían con precisión y agilidad pero constantemente comenzaba a perder
la regularidad con que batía la mezcla aumentando la intensidad buscando
terminar más rápido. Tuve que dirigir sus movimientos con mis propias manos,
mostrarle que no se trataba de apresurarse, sino de tomarse su tiempo, y dejar
que los sabores y los ingredientes se asentaran, se trataba de una búsqueda de
la perfección hallada únicamente en la espera. En sus ojos pasó un rápido
destello de entendimiento, del tipo que se tiene al haber recibido un gran
consejo o al haber comprendido algo que lleva tiempo causando inquietud.
Cuando
finalmente estuvieron listos me insistió que probara uno, me rehusé al principio
porque de ése modo sería como transgredir los sentimientos que iban dirigidos a
alguien más, sin embargo él no aceptó un no por respuesta y terminé tomando uno
de los chocolates. Tenían la consistencia perfecta, al morderlo, el chocolate
líquido con un ligero espesor se desbordaba sin derramarse, sólo lo suficiente
para invitarte a comer la otra mitad; dentro de la boca el amargor del
chocolate macizo y el dulzor del líquido se mezclaban dando un inigualable
placer a las papilas incapaces de discriminar ya entre ambos sabores.
Sentí
su dedo índice rozar mi labio inferior para luego llevarlo a su boca y probarlo
—Mmm… delicioso. —Yo estaba aturdido, acababa de limpiar los rastros de
chocolate que habían quedado en mi boca y luego los había ¿lamido? ¿Por qué
haría algo así? En sus labios advertí una sonrisa, ¿le causaba gracia gastarle
ése tipo de bromas a sus profesores? ¡Tan serio que se veía! Sin decir más
coloqué los chocolates en la caja que Viktor había llevado y se la entregué.
Quería irme lo más pronto de allí.
—Son suyos. —dijo
rechazado la caja que le ofrecía.
—¿Pero qué dices?
—Dije que son suyos.
—debió habérseme ido totalmente el color, sentí cómo un frío me recorrió de
pies a cabeza, ¿no eran para la persona que le gustaba? —usted es quien me
gusta, profesor.
—No sé qué te estás
pensando, pero esto no tiene ninguna gracia —reclamé clavando los dedos en la
caja que estaba sosteniendo. Esto era inaudito. ¿Se creía que podía burlarse de
mí?
—Estoy hablando muy en
serio, pero supongo que esto es demasiado abrupto así que seré paciente y le
daré tiempo para asimilarlo —dióse la vuelta, tomó su mochila y salió del aula
así, sin decir más.
Miré
la caja que aún estaba en mis manos y ganas no me faltaron de tirarla a la
basura, yo pensando que se trataba de un joven serio y esmerado y todo había
resultado en una mala broma. Pero mi amor y profundo respeto por la repostería
no me permitieron hacer tal cosa y a regañadientes la metí en mi maletín y
volví a mi casa.
Oprimido
contra el muro, diciéndole a media voz que se detenga. Mi petición ignorada;
para bien de mis sentidos; para mal de mi ética profesional. Recuerdo cómo
después del episodio de los chocolates continuó asistiendo a la clase como si
nada, lanzándome miradas furtivas que grado a grado derretían mi juicio,
colocando en mi escritorio “anónimas” cajas llenas de dulces que gramo a gramo
fueron endulzando su nombre en mis labios, murmurando reiteradas insinuaciones
al pasar que centímetro a centímetro confitaron mi corazón, hasta terminar
ambos sobre la mesa de trabajo un día después de clases; olvidándonos de
insuficientes degustaciones: devorándonos de un bocado. Consumiéndonos en una
pasión que no debería tener lugar, que no debería siquiera existir en el
pensamiento. Profesor y alumno, alumno y profesor, cayendo en el eterno tabú,
haciendo suya la institución, besándose a hurtadillas en los pasillos,
mirándose de reojo a cada instante, escondiéndose en los vestidores para
compartir más que un roce de labios. Aguzando el oído para separarnos al menor
sonido. ¡Cómo fui a perder la compostura de ésta manera! A mis casi treinta
años yazco víctima de la pasión que un joven de apenas diecialgo despertó en
mí.
Marcados
por un capricho de juventud, condenados por la debilidad de un profesor cuyo
deber era resistir lo irresistible, y, unidos por la falta de voluntad para
ponerle fin a este romance que una vez acontecido así debió quedarse; como un
acontecimiento extraordinario, irrepetible.
Mordiendo
el lóbulo de mi oreja mientras me sostiene, recitando mi nombre apenas en un
suspiro que cimbra mi cerebro: “Charli”. ¿En qué clase de aprieto nos estamos
metiendo? ¿En qué va a desembocar esta locura escolar? ¡Todo es incierto! Menos
éste insoportable deseo que nos consume a besos y caricias, endulzando los
vestidores con su aliento que se posesiona de mi nombre, con mi agitada
respiración que responde a su llamado, con el encuentro de nuestros cuerpos
magnetizados…
Cap. 12: Solos en los vestidores
Cap. 12: Solos en los vestidores
Fani
ResponderBorrarsuzumiya, esto es genial, me enamore de tu escrito, es muy entretenido y ademas es muy original, debiste ponerles otros nombres por que de corazon de melon solo tienen eso.
¿Este mismo tiene continuacion?
Ten por seguro que lo haria un manga si pudiera, es una buena historia que difinitivamente lo vale.
Gracias por tu trabajo, siempre es entretenido.
Hola Fani! ^^
Borrar¡Qué linda! No sabes lo mucho que significa para mí que digas eso *^*
Aún no tiene continuación, pero sí planeo hacer al menos un capítulo más de ésta pareja :)
Gracias por tomarte el tiempo de leer y comentar ❤